Comentario
La coronación imperial de Carlomagno es uno de los grandes acontecimientos políticos del Medievo y uno de los mayores mitos político-religiosos del Occidente. Que un germano como Carlos, dotado de indudable capacidad pero con escasa sutileza para comprender muchos de los entresijos teóricos del poder, fuera elevado a tan alta dignidad era un hecho revolucionario. Tanto más cuanto el papa León III al depositar sobre sus sienes la corona estaba claramente ofendiendo los sentimientos de Constantinopla en donde, desde el 476, se había refugiado la dignidad imperial.
En la restauración del 800 convergen (según R. Folz, uno de los mejores conocedores del tema) tres factores: la realeza prestigiosa de Carlos, rey de francos y lombardos, patricio de los romanos y brazo armado de la Cristiandad; el rango casi imperial que sus victorias le habían otorgado; y las tradiciones de tiempos de Constantino que el papa León III se esforzó en orientar hacia el monarca franco.
Que Carlomagno era la máxima autoridad del mundo cristiano en aquellos momentos parecía fuera de duda... al menos para sus consejeros políticos. Así, Alcuino de York, en una carta redactada poco antes de la coronación, reconocía la existencia de tres poderes por encima de todos: el del Papa, el del emperador de Constantinopla y el del rey de los francos. El primero estaba en aquellos momentos atravesando graves dificultades domésticas. En Constantinopla gobernaba a la sazón una mujer (Irene) esforzada en restañar las heridas que años atrás había causado la querella iconoclasta. A Carlos, por tanto, le cabía ser considerado como el campeón de la Cristiandad. Los "Anales de Lorsch" nos hablan de cómo el papa León vio completamente lógico coronar emperador a Carlos que dominaba en todo el Occidente, incluida Roma en donde los antiguos césares habían tenido la costumbre de coronarse. El título imperial era, por tanto, la culminación de un conjunto de honores que la realeza franca había acumulado a lo largo de medio siglo.
Mucho se ha discutido sobre el grado de protagonismo de los distintos actores. Carlos posiblemente no consideró la dignidad imperial más que como otro título -por muy prestigioso que fuera- a añadir a los que ya tenía y que le daban un poder más tangible. El Papa pudo verse arrastrado por los acontecimientos y desempeñó un papel superior al que su posición en aquellos momentos (al poco de ser sofocada una revuelta romana contra él) le otorgaba. Sin embargo, creaba un precedente: el de la coronación papal como condición sine qua non para que la dignidad imperial fuera efectiva. Los gobernantes bizantinos que vieron el gesto papal como una ofensa -un verdadero golpe de Estado- no se resignaron fácilmente a esta duplicidad de la autoridad imperial. Sólo en el 812, el emperador bizantino Miguel I consintió en reconocer a Carlomagno como su hermano dando así el primer paso para una futura coexistencia de dos emperadores dentro de los límites del antiguo Imperio romano.
Sin duda a los intelectuales que rodeaban a Carlomagno habría que cargar la máxima responsabilidad de la restauración del Imperio en el Occidente. Pero ¿qué Imperio?
El Imperio era -forzosamente- romano pero, distintos textos (caso de los "Libri Carolini") hablaban de la muerte del Imperio romano preconstantiniano. El único del que cabía hablar era del Imperio de Cristo. A través de la restauración del 800, los intelectuales carolingios trataban de que la imagen de Carlomagno enlazase más con la de Constantino, primer emperador cristiano, que con la de Augusto.
El nuevo Imperio se benefició ideológicamente de toda una parafernalia en la que se mezclaban elementos bíblicos y patrísticos. Así, si Carlos Martel era equiparado a Josué y Pipino el Breve a Moisés, a Carlomagno se le compara con Josías y, sobre todo, con David. La unción de los monarcas (sobre cuyo origen se sigue especulando) concedía a éstos una suerte de poderes sobrenaturales. Las "Laudes regiae", pieza maestra de la liturgia galo-franca, dieron a los francos conciencia de su destino y de la excelencia de sus soberanos. El Imperium Christianum renovado en el Occidente era concebido como una comunidad de creyentes, una especie de nuevo Israel. Sus guerras no debían ser tanto para lograr conquistas puras y simples como para expandir la fe. De ahí la justificación por sus ideólogos de campañas como las de Sajonia.
¿Imperio carolingio como una suerte de transposición de la Ciudad de Dios en la tierra? ¿Se podría hablar de un agustinismo político en el sentido de que Carlos tomó la obra del santo de Hipona como una especie de manual político? Los ideólogos del Alto Medievo habían insistido en la compenetración de Iglesia y Estado como dos dimensiones de una misma realidad social. Carlomagno, en este sentido, había sido fiel a la tradición de sus mayores de proteger a la Iglesia y apoyar a los papas. Sin embargo, el monarca y sus mentores ideológicos eran también plenamente conscientes de su superioridad. Catulfo en el 775 y Alcuino algo más tarde no dudan en atribuir a Carlos -en función de esa similitud con David -las dos espadas: la temporal como soberano y la espiritual para predicar la palabra de Dios. El rey emperador -pese a sus limitaciones intelectuales- fue así capaz de actuar, emulando a sus colegas bizantinos, como un legislador religioso. Y no tuvo ningún recato en advertir al Papa en carta del 796 que no era misión del rey el defender y propagar la fe y misión del Papa, simplemente, elevar preces al Todopoderoso para que tales objetivos se alcanzasen. Veleidades cesaropapistas posibles mientras que el Estado franco se mantuvo unido. A partir del 814 la situación en las relaciones de poder iba a pegar un vuelco sensible.